"Un viaje de invierno", de Juan Benet
Novela y Música, 26 de abril de 2022.
Un viaje de invierno, de Juan Benet.
Andreu Jaume
Buenas tardes.
Un viaje
de invierno es una novela muy
hermética, muy difícil, casi imposible. Pero tras la relectura sale a la luz
una reflexión honda sobre las relaciones entre literatura y música. Una obra
muy incitante, llena de complicidad, que al final resulta incluso emocionante.
Juan Benet,
ingeniero de profesión, fue ensayista y novelista de la llamada generación de
los 50 (Sánchez Ferlosio, García
Hortelano, Gil de Biedma, Carlos Barral) y ejerció de guía en algunos
escritores de los años 80-90 del siglo pasado. Volverás a Región fue un hito, novela considerada como una
revolución. Tuvo muchos discípulos, aunque no siguieron exactamente su estela,
decidieron seguir un camino más fácil. Benet fue el autor de una serie de
novelas densas y apenas tuvo lectores. Inventó una región ficticia (Región),
inspirada en el condado de Faulkner, un mundo virgen, al que siguieron el
Macondo de García Márquez o el Santa María de Onetti Región es un trasunto de España, de
la España profunda, de interior, con grandes cañadas, muy fría y que le sirvió
para escenificar su particular drama humano. Le interesaba explorar el estado
moral en el que había quedado España tras la guerra civil.
En su ensayo La inspiración y el ensayo (1966) teoriza y expone las líneas
maestras de su programa literario, primero una demanda de orden estilístico.
Por otra parte postula que la novela es un género eminentemente cómico, que
descarta la experiencia colectiva y que apela a la razón del lector individual.
Don Quijote es el último habitante de un mundo desaparecido, el último
habitante de un mundo trascendente y encantado. La novela es el género que en
la modernidad explora y constituye el desencantamiento del mundo. Benet quiere
recuperar, en un gesto vanguardista, la gravedad de lo que él llama el drama
humano y el carácter necesariamente trágico de toda obra literaria y que se
opone a la comicidad esencial del género que funda Cervantes con el Quijote. Son referentes de Juan Benet
Shakespeare, los clásicos historiadores romanos, Faulkner, y Henry James, entre
otros. Ese gesto consiste en saltarse esa modernidad que hace de la novela un
género popular, que apela a un lector identificado con los personajes y que
privilegia el argumento, la peripecia, por encima del estilo.
Viaje de invierno lleva en su propio título la referencia a la música. Es el
título de una obra de Schubert, que es un autor único en la historia de la
música, una isla. Murió de sífilis muy joven y en el último año compuso una serie
de obras prodigiosas.
Un viaje de invierno es una obra obsesionante. Ya enfermo
de sífilis, Schubert compuso la partitura en el último año de su vida, poniendo
música a una serie de poemas de Wilhelm Müller que hablan de un Wanderer, de un
peregrino que se adentra en regiones heladas, torturado por amores imposibles,
atormentado por cornejas, prematuramente envejecido, con una extraña y
constante sensación de desarraigo.
La música de Schubert tiene una
cualidad que no se puede definir técnicamente. Las primeras notas del Viaje de invierno son un buen ejemplo de
ello. Hay siempre una alegría herida de muerte, una afirmación entreverada de
oscuridad, una sabiduría que aún quiere ser inocente y seguir jugando, un
exceso de conocimiento que no puede olvidarse de la felicidad infantil.
Hay otro ejemplo que es todavía más
elocuente. Se trata del vals Kupelwieser. En 1826, Schubert acudió a la boda de
su amigo Paul Kupelwieser y tocó un breve vals que había compuesto para la
ocasión. La música de esa pieza nunca se escribió sino que fue transmitiéndose
en la familia de generación en generación hasta que en 1943 un miembro del clan
le pidió a Richard Strauss que la transcribiera. El vals dura apenas un minuto
y medio. Es imposible describir esa mezcla de belleza y desolación. La imagen
que a veces le viene a uno a la cabeza mientras lo escucha es la de un niño que
intenta sonreír cuando está a punto de echarse a llorar. Como me contaba hace
poco Félix de Azúa --que fue quien me descubrió el vals Kupelwieser--, Juan
Benet no dejaba de escucharlo en la época en que escribía su propia novela
schubertiana, Un viaje de invierno
(1972), en las guardas de cuya primera edición está impresa la partitura de la
pieza.
Franz Schubert: Kupelwieser-Walzer (Gottfried Hemetsberger)
Publicada por primera vez en 1972, Un viaje de invierno supuso un paso
adelante en la exploración de nuevos territorios narrativos para la literatura
española. Era su tercera novela. Proyecta en ella una ambición casi inasumible
y se decanta por la hipotaxis, la frase larga. Ambientada en el territorio de
Región, la historia que se cuenta en la novela es una apropiación del mito de
Démeter y Hades, la novela retrata los preparativos de la fiesta anual de
Demetria en La Gándara por la llegada de su hija Coré. Narra la historia de una
madre que ha perdido a una hija (Coré) y escribe unas invitaciones para una
fiesta en honor al regreso de su hija. No se cuenta nada más, es la espera y la
repetición, la madre imagina la fiesta, aparecen figuras espectrales. Una serie
de símbolos en una historia que se teje en un largo fluido que constituye la
parte narrativa del texto. Luego están los ladillos o escolios (notas al margen
que explican el texto) que intentan teorizar y funcionan como asaltos a ese
contenido hermético y unívoco del relato.
Un viaje de invierno es, además de una hazaña
estilística, una novela insólita sobre la desolación y el abandono, sobre el
lenguaje y el silencio, sobre el tiempo y el viaje último a la muerte. Es un
ciclo poético y musical eminentemente nostálgico, desolado y fúnebre.
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