Literatura y vida. Manuel Vilas
Ciclo “Universos literarios”
Manuel Vilas.
El
ciclo “Universos literarios” ha empezado con la conferencia de Manuel Vilas (Barbastro, 1962), que ha compartido su visión de
la literatura, sus referentes y la mirada que caracteriza sus novelas. Nos ha
dejado unas reflexiones sobre el oficio de escritor, pero también sobre
la condición de lector y sobre la supuesta inutilidad de la Literatura. A
partir de una alusión a la materialidad de las cosas y de la Literatura como un
estado líquido de nuestra manera de estar en el mundo, afirma que es una
representación inteligente, lúdica y expresiva de la vida. Que la vida es un
libro es una obsesión de lectores y escritores.
También habla de aquellos libros que en
su experiencia lectora han sido relevantes, que nos hacen ser la persona que
somos. ¿Cuántos libros necesita un ser humano para solo leer los libros más
relevantes que han sido escritos?, se pregunta. Y habla del concepto de
“codicia” del lector, ya que la posesión material de los libros da cierta
tranquilidad y además, la relectura ocupa tiempo que dedicaríamos a la lectura
de los libros no leídos. No entiende la negación de algunos lectores a leer a
autores contemporáneos porque se pierden la representación literaria del mundo
en el que estás viviendo.
El libro es un objeto que tiene materia,
erotismo
Habla de la idea de la restitución o la fe en que lo que se lee, luego lo devolvemos a la vida, la idea de redimir a autores ya fallecidos, leyéndolos; esto es, leer libros para poner en práctica en la vida lo leído.
Y entonces habla del Quijote como una novela luminosa, un enorme sí a la vida.
Cierra
la charla con el poema Literatura:
“Los pisos praguenses en que vivió Franz Kafka, y sus corbatas negras y sus sombreros y sus zapatos. El pelo enjuto de James Joyce, cuya mano quemó Dublín. Los amantes de Luis Cernuda, riéndose a sus espaldas. La esposa de Shakespeare, vieja y adúltera. Los ojos verdes y estrábicos de la enfermera jefe de la clínica en que murió Nietzsche. La mano de mujer que cogió los botines de piqué de Ramón María del Valle-Inclán y los arrojó por la ventana. La sífilis saltarina que Gustavo Adolfo Bécquer paseó por Madrid. La sífilis idéntica pero paseada por París de Charles Baudelaire. El padrenuestro que reza el fantasma de Rimbaud en una morgue de Marsella y Dios que se hace el sordo. El padrenuestro que reza Jorge Manrique antes de soltar la mano de su padre muerto. La risa de Quevedo mientras evacúa en una esquina de Madrid, en tanto rebota el mundo en su vesícula como una piedra verde. La madre con gota de Flaubert. La autopsia de Larra, su joven cerebelo. La carne de la máscara de Fernando Pessoa. La foto del padre de Dostoievsky en la billetera de Lenin. La cabeza muy grande de Rubén Darío, tan grande como su miedo. Las sopas de ajo que marea todas las noches el Manco de Lepanto con la mano buena mientras se mira con discreción la mano ausente. Los cien kilos secos que Oscar Wilde exhibe por los cafetines de París con orgullo marchito. La mano que aúlla de Pablo Neruda. El cadáver de Cela servido con guarnición de ministros. El gran desfile de la soledad de todos los tiempos, la soledad y sus palabras, la literatura.”
De Resurrección, Madrid, Visor, 2005
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