EL FIN DE LA LUCHA
Karl Ove Knausgård
Fin. Mi lucha: 6
Traducción de Kirsti Baggethun
y Asunción Lorenzo
Editorial ANAGRAMA
Barcelona, 2019
Confieso que he vuelto a pecar. Caí
en la trampa de la tan manida autoficción
y me rendí ya en las primeras páginas de La
muerte del padre (2013), en aquel ritmo de cadencia natural, sin
artificios, en la sucesión de imágenes sobre la muerte, y en ese ejercicio de
sinceridad absoluta para narrar la propia vida. Luego llegaron las nuevas
entregas y también la controversia: que si el autor está sobrevalorado, que si
hipnotizador, que si narcisista, que si la obstinación con reproducir la
realidad esconde una incompetencia para crear ficción…. Pero lo cierto es que
en la presentación en Barcelona de Tiene
que llover. Mi lucha: 5, en 2017, quedó mucha gente de pie en la gran sala
del CCCB. Allí, Karl Ove Knausgård dejó al vuelo algunas frases que yo anoté en
mi libreta:
“Me utilicé a mí mismo. El tema era yo, pero cuando escribía de mí mismo, yo desaparecía, perdía la noción de la identidad."
"La clave está en desaparecer uno mismo y luego, que lo que has escrito vuelva a ti; en ese punto uno se hace escritor."
El tema de fondo era siempre la
identidad. Ahora se ha publicado Fin, la
última entrega del “enorme” proyecto literario titulado con el simbólico y
alusivo sintagma Mi lucha. ¡1016
páginas y una bibliografía al final! Todo queda aquí amplificado, pero sobre
todo se expande el objeto de la autorreferencia, ya no se reduce a “El tema era yo”, ahora el objeto es el
propio libro, la obra. Esto es, el proceso y sentido de la escritura, pero,
además, las consecuencias de la recepción de la primera novela en familiares y
amigos. Lo que Karl Ove Knausgård ha escrito vuelve aquí definitivamente a él.
Así, asistimos al proceso de edición y en primera persona describe cómo
gestiona la presión de los medios sobre las novelas que va publicando:
“El conflicto se producía entre las novelas y las consecuencias de las mismas. El método que había elegido era publicar novelas, dejar que las consecuencias se manifestaran.” (885)
El
libro consta de tres partes muy diferentes: 1: “Octava parte”, que abarca los
años 2008-2010. 2: “El nombre y el número”, un extenso ensayo de cuatrocientas
páginas y 3: “Novena parte”. En la primera parte un narrador angustiado nos
relata, sin escatimar detalles cotidianos, los trámites previos a la
publicación de la primera novela del proyecto, La muerte del padre. Ha contactado con varias de las personas que
aparecen en el relato: familiares, amigos de la infancia y un primer amor. Les
ha explicado su proyecto y espera la reacción de todos ellos tras la lectura
del manuscrito. Se siente intranquilo porque ha convertido su vida y sus
relaciones en materia literaria. Los pensamientos se intercalan entre los
diálogos cotidianos con sus hijos y con su pareja, Linda, mientras hace café,
enciende un cigarrillo o cambia el pañal del pequeño. Nos resulta familiar el
encadenamiento de escenas sin interés revestidas de descripciones minuciosas y;
de pronto, aparecen digresiones sobre las emociones (miedo, angustia, pudor,
culpa, sinceridad) o sobre el oficio de escritor; todo esto es marca de la
casa.
A Karl Ove Knausgård le angustia, en
particular, la reacción de su tío Gunnar. Es el hermano pequeño del padre
difunto y, a pesar de no tener relevancia en la trama, será el detonante de una
guerra familiar. Acusa a Knausgård de mentir, de tergiversar los hechos y considera
la novela como una ofensa hacia la familia paterna. Amenaza con denunciar a la
editorial si no se detiene la publicación. El dilema está servido. El escritor
se siente culpable y reconoce abiertamente que “Había inventado los diálogos”, que había convertido en literatura
las escenas que envuelven el regreso, junto a su hermano, a la casa donde el
padre había muerto, las visitas al tanatorio y todas las circunstancias que
rodean esa muerte. Ante la reacción de Gunnar, se toma la decisión de que el padre
aparecerá sin nombre propio en toda la serie.
Y es a partir de este concepto, el
del nombre y la identidad, que nos sorprende un narrador “hechizado” con un
extenso ensayo de crítica literaria, con algunas páginas de alto nivel. ¿Qué
implica no tener nombre? Asistimos exhaustos a reflexiones sobre el lenguaje,
sobre la relación con el lector, sobre autores como Dostoievski, Joyce,
Cervantes, Dante, Shakespeare, Kafka, Hölderlin, Virgilio, Zweig, Celan, y
algunos nombres más. El ensayo se extiende por varios temas: la identidad, la
religión, la palabra, el verbo, el logos del Evangelio de San Juan, la
naturaleza del lenguaje...hasta llegar a un trabajo de investigación, cargado
de erudición, con el empeño de desmentir la biografía oficial de Adolf Hitler.
Knausgård lleva a cabo un ejercicio de reflexión filosófica que enlaza el tema
del lenguaje con el Holocausto como
“catástrofe en lo humano”, a partir del documental Shoah, sobre el
exterminio de los judíos, de Claude Lanzmann. Confiesa que encargó a su amigo
Geir A. que comprara un ejemplar de Mi
lucha (el primero) y lo describe como: “Es
un símbolo de la maldad humana”.
A partir de ahí emprende una tarea de
analizar la biografía de Hitler a partir de Mi
lucha. La conclusión pasa por la deshumanización y la despersonalización
del pueblo judío que llevó a reducirlo a un número. Es como si el escritor K.
O. Knausgård quisiera justificarse y acallar aquellas voces que tildaban su
obra de superficial e irrelevante por el mero relato de las acciones cotidianas
de una vida nada extraordinaria. … Y cierra el largo ensayo “El nombre y el
número” con una vuelta a la realidad sin apenas transición:
“Ya es de noche, Estoy solo en casa…” (741)

“En aquella voz no había nada conciliador, sólo era horrible…”
El relato de lo cotidiano se nos
presenta trufado en muchas ocasiones, con preguntas que dan pie a larguísimas
digresiones: como ¿Qué es el arte? o sobre los efectos de la Literatura.
Confiesa que leyendo a Gombrowicz ha podido reflexionar acerca de la falta de
emoción, la falta de curiosidad y de anhelo de sorpresa. Es el vacío, la nada;
o mejor, la conciencia de ello, lo que le lleva muchas veces a sentir el
vértigo. La pareja, los hijos, la vida, la muerte. ¿Pero qué es vivir? El Karl
Ove más reflexivo y filósofo hace un balance de las personas cercanas que han
muerto mientras escribía este libro. También los que han nacido. Convierte su
obra en la medida del tiempo:
“Tampoco yo soy el mismo que era cuando empecé” (860)
y analiza sus efectos sobre todos
los que han compartido su vida. Las consecuencias aparecen también en su
relación con su mujer, Linda, quien se entera de una infidelidad especialmente
dolorosa por la lectura del manuscrito.
El final es demoledor, las últimas
páginas narran el descenso a los infiernos de la depresión de Linda. Y Karl Ove
se siente de nuevo culpable:
“Debajo de todo subyacía el reproche no pronunciado de que, debido a lo que yo había escrito, Linda estaba deprimida en la cama. (...) Era una sensación horrible, oscura, porque yo tenía la culpa.”
Definitivamente, ahora el tema no ha
sido únicamente el yo o la identidad, sino que al final, el tema ha sido la
propia obra literaria, la llegada del reconocimiento como escritor y el precio
del éxito. Como lectores curiosos e identificados con el vértigo y el vacío de
la existencia, quedamos a la espera de que, dentro de unos años, Knausgård
escriba una nueva última entrega de Mi
lucha para cerrar así una vida entera.
(Tome nota, Anagrama)
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