La vida negociable. Luis Landero
Luis
Landero
La
vida negociable
Colección
Ardanzas.
Tusquets
Editores.
Primera
edición: febrero de 2017
ISBN
978 84 90663714
De tontunas y quimeras
La
vida negociable, nueva
novela de Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) tiene un
arranque con efecto llamada que te deja pegado a la silla desde el
comienzo.
“Señores, amigos, cierren sus periódicos y sus revistas ilustradas, apaguen sus móviles, pónganse cómodos y escuchen con atención lo que voy a contarles.”
Hugo
Bayo, el protagonista, nos prepara para asistir a la narración en
primera persona de sucesos extraordinarios, de una vida en constante
búsqueda. En este primer párrafo aparecen ya la cara y la cruz, el
sentido dual de la existencia; el drama y el sainete, la tragedia y
la comedia, lo sublime y lo grotesco.
Landero siente
atracción por los personajes de extracción humilde, que se rebelan
ante lo que la vida les ha preparado, (aquí es un don para la
peluquería que el protagonista vive como una maldición) y se
empeñan en soñar, en imaginar vidas mejores para salir del tedio
y de la bajeza moral. Hugo Bayo es el antihéroe, es el pícaro que
nos narra su itinerario vital. Dotado de una habilidad para salir
adelante de las tretas que le pone la vida pero también de una
prodigiosa capacidad para la fabulación, para las “tontunas
y quimeras”.
Y es que siempre hay ecos de Cervantes en las novelas de Luis
Landero. Ya sea el de las Novelas
ejemplares,
las de corte más picaresco, con un itinerario vital surcado de
peripecias de aprendizaje, ya sea el Cervantes inventor del caballero
de la Mancha.
Del mismo modo que
don Quijote necesita acomodar la realidad al mundo de la caballería,
mundo del que será el último morador, Hugo vive en permanente
construcción de su destino. Sueña con ser actor, pionero, hombre de
negocios, escritor...Vive con la fe en un futuro mejorable que viene
cargado de trampas y de fracasos. No elige siempre la más adecuada
entre las opciones que se le presentan para alcanzar sus fines. Su
opción no siempre es lícita ni ética y, en más de una
secuencia, nos damos de bruces con la verdadera personalidad de Hugo.
Uno de sus motores es el amor, todo lo hace por amor, o así se
justifica. Repasa a menudo su vida y la compara con los géneros
literarios, porque en todas las vidas, dice, “ha
pasado un poco de todo”:
comedia, drama, esperpento, farsa, y hasta folletín. Pero si es
capaz de conseguir algún logro es llevándose por delante la vida
de los otros y su propia dignidad.
La
prosa de Luis Landero te lleva de la mano, te mece sin apenas
variaciones súbitas del ritmo. O al menos eso parece, porque cuando
menos te lo esperas, el protagonista cae desde lo más alto hasta el
pozo más hondo de la ruindad, donde asistimos a la demonización
del héroe. Parece que una sombra de muy atrás en la infancia de
Hugo, lo empujara hacia el abismo.
Cada aventura que
inicia con renovada ilusión e intención de lo que él llama
“purificarse” se ve rápidamente empañada por algún
terremoto emocional, consecuencia del “afán” (palabra clave en
los personajes de Landero) de búsqueda, o el deseo inconsciente de
huir del tedio, o el “aborrecimiento
de la vida presente” . Y
en esto le acompaña Leo, su amiga, novia, esposa, quien ya en un
primer encuentro, confiesa a modo de carta de presentación:
“A mí no me gusta el mundo ni la vida. El mundo me parece una mierda, y la vida un puto aburrimiento”.
Hugo
no puede librarse de su destino y es que el mundo le devuelve la
imagen de un triunfador peluquero estilista. Todos elogian su
trabajo. Entonces se da cuenta un día de que se conforma con la
rutina que le lleva del trabajo al hogar, que ya no anhela nada más,
que ha sucumbido a la “negra suerte” de su oficio. Reconoce que
se está “curando del afán”.
Y la frase que ya le decía su padre, “uno
negocia con uno mismo, y con el mundo.”
Ahora,
al fin empieza a comprender que todo en la vida es negociable.
Y
es en las últimas páginas de la novela cuando sabemos quiénes son
estos “Señores,
amigos” que
leen periódicos y revistas ilustradas, cómodamente arrellanados en
sus butacas...de peluquería. Se trata de los clientes, un “auditorio
fiel” de pelucandos”.
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