Iris Murdoch, El libro y la hermandad
Postfacio de Rodrigo Fresán
Editorial Impedimenta, 2016
Cuando la vuelva al trabajo,
tras el descanso estival, y los compañeros citen los lugares a los
que han ido de vacaciones, yo lo tengo claro, he estado veraneando
dentro de una novela. Una vez más, y son ya muchas, me he instalado
por unos días a vivir dentro de una novela de Iris Murdoch. Y he
aprendido algo más sobre la fragilidad de las relaciones humanas. He
estado en un baile conmemorativo de Oxford, donde un grupo de
antiguos alumnos se encuentran y cuyas vidas se van a entrelazar
hasta la última página, la 639. He visitado las casas de los
personajes, en Londres, en Irlanda; he asistido a sus veladas
literarias, a sus debates políticos, he sido testigo mudo de sus
encuentros amorosos, de sus confesiones, de sus anhelos o,
simplemente, de sus conversaciones, sus diálogos. No se trata de
otra recalcitrante novela del “yo”; Iris Murdoch escribe sobre el
“ellos”, orquesta novelas corales, con polifonía de voces, con
una amplia lista de personajes: David, Gerard, Rose, Jenkins, Tamar,
Violet, Duncan, Jane, Lily, Gull, Conrad, Pat, Guideon..., el
profesor Levsquit, ....
Y como lectora, me ha llevado
de la mano una voz narrativa conocida, externa, omnisciente y sabia,
que organiza todo el devenir de la acción, que nos sitúa en primera
fila a contemplar un desfile de personajes que hablan, aman, se
afligen, lloran, se emocionan, piensan... pero sobre todo conversan.
Iris Murdoch es la maestra del diálogo, es una creadora mágica de
conversaciones como motor de la caracterización de identidades que
se ponen en movimiento; es ahí donde los personajes dejan de serlo,
cobran vida y respiran. La escritora es maestra en dotar de vida a
sus criaturas. Aquí, casi todos giran alrededor del enigmático
David Crimond, el líder ideológico, autor del libro famoso,
financiado por un grupo de estos amigos. La novela sitúa al lector
ante un gran catálogo de emociones, desde la amistad y el amor a la
decepción y los celos. Pero todo el recorrrido está regido por el
inexorable paso del tiempo y la pérdida de la inocencia, cuando las
certezas (también político-ideológicas, como afirma Rodrigo
Fresán, “dejan de sonar tan ciertas”. Asistimos atónitos, como
en nuestra propia existencia, al paso del entusiasmo a la melancolía.
Confieso aquí una admiración
sincera hacia Iris Murdoch, me acuso pues de una total falta de
objetividad en la tarea de “comentar” esta novela editada
magistralmente por Impedimenta. Además, el excelente postfacio de
Rodrigo Fresán (otro irisiano más a añadir a la lista junto
con Álvaro Pombo, Andreu Jaume e Ignacio Echevarría), ya desglosa
los rasgos principales de esta lectura. ¿Para qué insistir? ¿Para
qué añadir más elogios y volver a reivindicar sus obras? No sé
qué sentido tiene repetir que las novelas de IM son invitaciones a
pensar, y lo son en el sentido shakesperiano de intento de
averiguación sobre la condición humana, sobre quiénes somos y qué
sentimos; y este es un acto de gran responsabilidad.

Pues eso.
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