Breve historia de un grito

Sirva la siguiente anécdota como
ejemplo de la vida propia de un libro que se empeñó en volver a las manos de
quien lo dedicó amorosamente allá por el año 1979. Se trata de un ejemplar de la
novela El grito, del narrador y poeta
valenciano Rafael Soler (1947). Fue la primera de sus cuatro novelas y ahora ha
sido reeditada por Servilibro. Yo compré por Internet el último ejemplar que
quedaba de la primera edición, de segunda mano y con dedicatoria del autor. Llegó a casa bastante deteriorado, descosido y despegado de la cubierta. Venía
de la Librería Maestro Gozalbo de Valencia y pareció claro que había tenido
otras vidas y que ahora estaba urdiendo en silencio un reencuentro.
Para Ana Tudela,
fidelísima -y paciente- lectora de mi obra.
Con el cariño de
Rafael Soler
10/.79
Sí, es verdad lo que piensas, que me identifiqué al momento con Ana Tudela, más por lo de paciente lectora que por otra cosa. Empecé a imaginarla, a inventarle una vida, a dotarla de forma. La dedicatoria desprendía mucha ternura. El superlativo que alarga como un elástico la forma culta del adjetivo “fiel”, el paciente enfatizado y la expresión tan cercana de “cariño”, sugieren una estrecha relación entre el autor y su lectora. ¿Quién sería Ana Tudela? ¿Cuál había sido su verdadera relación con Rafael Soler?
El grito narra la historia del fin de una relación de pareja a finales de los años setenta, en la que irrumpe el tedio como elemento de destrucción. Ejercicio de estilo y de lenguaje que delata la condición de poeta de Rafael Soler. A medida que leía, iba anotando algunos rasgos, como el uso del monólogo interior con un dominio absoluto de la técnica: el ritmo sincopado, el estilo libre indirecto, la perspectiva de la mente femenina. Anoté que la alternancia entre el diálogo a tiempo real con los pensamientos de los personajes conforma una muestra en paralelo de lo que realmente se siente y lo que se verbaliza. Del contraste el lector saca sus conclusiones. Momentos especialmente cargados de fuerza perturbadora: cuando describe la muerte del padre: “Padre no se suicidó…” o con imágenes que atrapan: “La ciudad es un perro que despierta”.

En Madrid, el 5 de diciembre, un
grupo de amigos y lectores acudimos a la calle Serrano, número 2, sede del
Centro Riojano. Fuimos a charlar con Rafael Soler sobre su primera novela, pero la
tertulia dio para mucho más. Empezó con reflexiones acerca del deseo que mueve a
escribir. Dice Rafael Soler que después de leer a Cortázar o a Rulfo, que después
de muchas lecturas, uno deja de leer buena literatura para no caer en el
desánimo y pensar que todo ya está escrito. Se propuso salir a lograr una voz
propia. Se muestra cercano y sincero y nos cuenta “las tripas” de su inicio como escritor. Tras dejar de
leer, decide escribir, o mejor, decide que quiere ser escritor y elabora un
plan: “tengo el lenguaje, tengo la voz, solo necesito una historia”. Y tras
pasar una noche entera escribiendo cuarenta páginas de El grito, se dio cuenta que lo iba a conseguir.
Yo le mostré al fin mi ejemplar, o
mejor, el de Ana Tudela, y le pregunté. Quería saber, conocer e imaginar a la -paciente-
lectora- de El grito. Pero al ver y tocar
el libro, treinta y seis años después (casi media vida) y ante todo al leer su
dedicatoria, se conmovió y sonrió confortado. Algo debió de notar en aquellas letras
dormidas del nombre de Ana Tudela. Me contó que ya había fallecido, que fue una
amiga íntima a quien le daba a leer todos sus manuscritos porque valoraba mucho
su opinión. Primero declinó elegantemente firmarlo de nuevo ahora con palabras
dirigidas a mí. Y luego, al final de la velada, me ofreció un cambio. Ese
ejemplar había vuelto a sus manos y yo comprendí que no podía ser un obstáculo.
Me dedicó un nuevo ejemplar y sellamos el pacto con un abrazo.
en
recuerdo de una noche
intensa,
mágica, irrepetible.
Con
mi abrazo,
Rafael
Soler
Madrid,
Centro Riojano,
5
diciembre 2015
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ResponderEliminarY allí estábamos, casi sintiendo las mismas cosas, compañeras de la tarde y del grito, quedará para siempre en nuestra memoria
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