"La Tribuna", de Emilia Pardo Bazán
En La Tribuna (1882), Emilia Pardo Bazán
procura llevar a la práctica las teorías naturalistas sobre las que daba
cuenta, casi al mismo tiempo, en sus artículos de La cuestión palpitante. En estos escritos, la autora critica el determinismo social y biológico de los
personajes de los Goncourt, de Daudet y de Zola, que se presenta como
incompatible con el concepto de libre albedrío que impone la doctrina católica.
Desde el prólogo el lector queda
advertido, un “lector indulgente”, al que Pardo Bazán revela cuestiones de
método y propósito de la novela que tiene en sus manos. También toma
precauciones y se defiende de posibles acusaciones de pintar “al pueblo con crudeza naturalista”; y
afirma que sus personajes o “tipos” no son como los que dibuja Zola en L'Assommoir, publicada en 1877. Y es
que, mientras la novela francesa describe con detalle a personajes alcohólicos,
indagando en causas sociales y con la precisión médica de la época; en La Tribuna, el hábito del alcohol
aparece sutilmente en el personaje de la madre de Amparo, compartido con Pepa,
la comadrona, en referencias diseminadas en algunos capítulos; así como en la
figura de Chinto, campesino enamorado de Amparo.
A pesar del rechazo de doña Emilia
al determinismo, lo cierto es que en La
Tribuna sí concede importancia al origen y al medio como condicionantes del
destino de la cigarrera. Los tres primeros capítulos reflejan la atmósfera
sórdida y el retrato de una “desgreñada” y aun soñolienta muchacha que, con
trece años, ayuda a su padre haciendo barquillos. Su madre, inmovilizada en la
cama, había trabajado en la fábrica de tabacos. Parece que el destino de Amparo
como cigarrera está ya determinado; no obstante, veremos que el medio
condiciona pero no llega a sentenciar, no determina su destino. Amparo toma un
nuevo rumbo, asciende en la jerarquía de la fábrica y llega a convertirse en
“la tribuna del pueblo”. Para ello ha sido decisivo, además de su talante de mujer
curiosa, la puesta en valor de la lectura de la prensa revolucionaria de Madrid
y de La Coruña que alentaba la llegada de la república federal.
Y ahora es cuando, como lectores,
conviene confesar aquí cierta sensación de extrañeza y desánimo que nos deja la
novela al cerrar la última página, una sensación que tiene que ver con el
desencanto y las esperanzas truncadas de la protagonista. Intentaremos
descifrar las razones de tal percepción de lectura, así como las pruebas para
considerar La Tribuna como la primera
manifestación del naturalismo.
La novela narra la historia de
Amparo, operaria de la Fábrica de Tabacos de Marineda, convertida en líder
revolucionaria, portavoz de las obreras tras el estallido de la Revolución del
68 y antes del advenimiento de la república federal, que habría de portar
igualdad y libertad para el pueblo. La
Tribuna denuncia la pésima situación laboral en la fábrica; sin embargo, la
condición de novela social parece más discutida ya que, si bien trata por
primera vez la lucha obrera femenina, la voz que narra parece un testigo algo
escéptico del entusiasmo político que transmitía la prensa revolucionaria. Esto
es algo de lo que también nos advierte doña Emilia en el prólogo, que “tropezó con pruebas de que es absurdo el
que un pueblo cifre sus esperanzas de redención en formas de gobierno que
desconoce, y a las cuales por lo mismo atribuye prodigiosas virtudes y
maravillosos efectos.”
La
evolución del personaje de Amparo va a tener una doble dirección. Baltasar
Sobrado, oficial del ejército que solo busca la seducción y el placer físico,
la ronda desde hace tiempo y ella lo acepta, convencida en un primer momento de
su compromiso. Su historia sentimental le hace rebajar el protagonismo como
tribuna del pueblo y la mueve ahora la fe en alcanzar una posición social
determinada por la fuerza del amor. El anhelo individual de la cigarrera
adquiere más relevancia que el anhelo social de revolución. Y para dar cuenta
de ello, la autora utiliza una imagen que ilustra esta doble dirección. Ante la
indiferencia de Amparo a las reclamaciones de las obreras, la voz del narrador
aclara: ¡Si advirtiesen cómo esa señora,
microscópica, iba avanzando, avanzando, hasta colocarse en el eminente puesto
que antes ocupaba la Tribuna, que se retiraba al fondo envuelta en su manto de
un rojo más pálido cada vez!
Con el paso de los meses, la
inseguridad de Amparo se revalida en las excusas y desplantes de Baltasar. En
la escena final del capítulo XXXIII, ante la tonalidad de la piel de Amparo “parecíale a Baltasar un puro aromático y
exquisito, elaborado con singular
esmero, que estaba diciendo: «Fumadme».” Y más
adelante, a la llegada de Sobrado a la cita para dar explicaciones, se retoma
la cosificación de la muchacha, y reaparece la metáfora: Amparo le presenta un
paquete de sus cigarrillos predilectos,
él enciende uno y en la escena del desplante se va a deshacer de ella como del
cigarro: “Impaciente, tiró el cigarro que
estaba concluyendo.”
Del naturalismo definido por Zola,
doña Emilia sí aceptó imitar el método científico y así, en sus Apuntes Autobiográficos indica la
documentación que leyó para trazar el contexto sociopolítico de su novela, e
insiste en la observación; pero destaca además la importancia de la percepción
auditiva de las pláticas entre las trabajadoras: Dos meses concurrí a la Fábrica mañana y tarde oyendo conversaciones,
delineando tipos, cazando al vuelo frases y modos de sentir. Sin duda el
método contribuyó a crear la sensación de oralidad en los diálogos de
personajes tan entrañables como Ana, la Comadreja,
la Guardiana o la Porcona. La fábrica se convierte en el
foro de las conversaciones entre mujeres, de sus complicidades, y es donde
Amparo conecta con el mundo femenino de solidaridad y compañerismo.
El método naturalista irrumpe
también en la secuencia descriptiva de los hermanos de la Guardiana, todos con enfermedades hereditarias que han dejado
taras físicas o deformidades. También recurre a la animalización, en el
personaje de Chinto, o en la descripción de algunos niños “patizambos” en la calle “de
piernas ágiles, como micos o ardillas”.
El monólogo interior aparece en
contadas ocasiones, como en la escena en que Sobrado se desentiende de Amparo,
“medita a sus solas”: “¿Me vendrá a
marear en público? Tengo para mí que no (...) Sin embargo, me convendría salir
de Marineda una temporada…” En otros momentos el narrador se adentra en la
conciencia del personaje y asoman sus palabras, o incluso interviene apelando
directamente al lector: “Feliz o
desgraciadamente, lo que ustedes quieran, que por eso no reñiremos, los tiempos
eran más cómicos que trágicos…”
La novela presenta un amplio
catálogo de ambientes y espacios. Desde el ambiente fabril a los distintos
barrios o actos sociales, algunas de las descripciones son de un marcado
carácter costumbrista. Cabe subrayar la ilusión de vida que brota en la pintura
de escenas, como la que describe en el capítulo “El carnaval de las
cigarreras”, donde las comparsas de trabajadoras bailan, cantan, recorren los
talleres y salen al campo disfrazadas. Son descripciones que parecen trazar con
palabras verdaderos cuadros impresionistas: colores, bailes, sonidos,
movimiento, bulla: “brazos, armados de
castañuelas, se agitaban en el aire, bajaban y subían a modo de alas de ave
cautiva que prueba a levantar el vuelo.”
Además de ciertos elementos
costumbristas, confluyen en la novela algunos rasgos de folletín, como la trama
sentimental con las diferencias socioeconómicas entre los amantes, la
ingenuidad algo inverosímil de Amparo y la ruindad de Baltasar Sobrado. Sin embargo,
la autora desmonta muy bien lo previsible de estas tramas, con el giro final de
la emancipación de la protagonista.
Retomando ahora aquella vaga
impresión de lectura, entre la extrañeza y el desánimo que nos deja el final de
la novela, podemos pensar en desilusión por el devenir de la doble peripecia de
Amparo, la joven protagonista, ya sea por su condición de mujer (soñadora,
romántica, tradicional) como por su condición de trabajadora (autodidacta,
revolucionaria y solidaria). Pero el rasgo de carácter que va a determinarlo
todo es la ingenuidad, la inocencia sincera, y el talante quijotesco que la
lleva a redirigir el rumbo. Amparo no logra alcanzar sus sueños revolucionarios
de igualdad de clases, quizá en relación con el fracaso de la República; ni
logra mejorar las condiciones laborales de la Fábrica de Tabacos; tampoco
alcanza el sueño romántico de un matrimonio entre clases sociales distintas.
Pero aquella primera impresión de lectura se diluye en la certeza de que el
personaje sí alcanza logros nada convencionales, como la elección de la
independencia económica, rechazando la propuesta de Chinto. La llegada de la república
coincide con la llegada de su hijo, esto abre la posibilidad de una lectura
esperanzada que ya subraya el valor del personaje de Amparo. A pesar de que
Leopoldo Alas, al reseñar La Tribuna,
advierte de cierta falta de profundidad en la psicología del personaje, en
mostrar lo que siente, lo que piensa realmente; no es menos cierto que uno de
los aspectos más destacables de la novela es la evolución psicológica de
Amparo, personaje con muchas capas y aristas, que se aparta del arquetipo.
En conclusión, Emilia Pardo Bazán
aboga por la necesidad de cambio de rumbo en la concepción de la novela
realista de finales del siglo XIX; en La
Tribuna hace del naturalismo un procedimiento y adapta algunas de las
estrategias narrativas que llegaban de Francia, matizadas y ajustadas a la
realidad española. Sería injusto pensar en La
Tribuna solo como muestra del naturalismo español o como reflejo del
naturalismo de Zola, ya que confluyen en ella otras corrientes y otras
inquietudes.
La recepción de la novela en el
siglo XXI ha dado lugar a lecturas más actuales que confirman La Tribuna como una novela moderna por
su conciencia feminista, por su denuncia de la precariedad del mundo obrero
femenino en el siglo XIX, y por la reivindicación de la educación de la mujer
para alcanzar la igualdad y el valor de la cultura en el proceso de madurez del
ser humano. Si volvemos a la vaga sensación del principio, solo cabe leer la
novela en su contexto para valorar el mérito de Emilia Pardo Bazán, una de las
grandes escritoras referentes de finales del siglo XIX y principios del XX.
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