Jean Echenoz, Al piano
Jean Echenoz
Al piano (2004)
Novelas del siglo XXI
CCCB
Jean
Echenoz nos ofrece en Al
piano
una historia magistralmente narrada en tres partes. Renuncia a la
estructura lineal, al relato de causa-consecuencia; pero no renuncia
a explicar una historia. Introduce elementos ajenos a la intriga.
Deforma todos los componentes de la novela, pero ahí están. Hace
cómplice al lector cuando el narrador confiesa ya en la primera página
que el protagonista:
“Morirá violentamente dentro de veintidós días pero, como no lo sabe, el miedo no le viene de ahí.”
No
es tan importante esta anticipación de la trama como el descripción
de la escena de su muerte unas páginas más adelante. Tras asistir a un acto benéfico, de vuelta a casa, Max
es apuñalado hasta la muerte por unos ladrones en plena calle. La
escena es delirante, llena de humor y detalles intrascendentes, pero
muy técnicos, que sí se corresponden con el talante del
protagonista, como la decisión de no poner resistencia y sentir el
estilete cortarle la médula espinal. Habla de “resignación
casi confortable”. Utiliza
un humor ácido, discreto, y se da una inadecuación intencionada del
léxico con la situación. No hay testigos excepto el perro de su
vecina que observa la escena desde la planta cuarta del número 55.
Y
es que Max Delmarc, célebre pianista que siente pánico a actuar en
público, al comienzo de la narración sale de su casa de París
dispuesto a enfrentarse a un concierto. Experimenta la ansiedad
previa y la tentación de beber. Estos ataques han ido aumentando con
el tiempo, a lo largo de su vida, a medida que se ha ido presentando
ante el público. El pianista protagonista seduce a través de la
música, pero no a través de su persona. Aparece la metáfora del
piano como una fiera a la que doma:
“Allí estaba, el terrible Steinway, con su amplio teclado blanco dispuesto a devorarte, esa monstruosa dentadura, que va a triturarte con su marfil y su esmalte, te espera para despedazarte.”
Jean
Echenoz utiliza un narrador cómplice del lector para contar esta
historia. Se trata de un narrador autoconsciente, que disfruta
contemplándose mover los hilos de su propio relato (Javier Aparicio
Maydeu). Eso le permite establecer a la vez una distancia entre
crítica e irónica. Insiste en que no habrá más indicios.
“A ustedes en cambio los conozco y sé perfectamente lo que piensan”,
apunta
en la presentación de su compañera de casa, Alice, de la que
pensamos que es su pareja hasta que descubrimos que se trata de su
hermana.
“No hay ninguna (mujer) más, hacían ustedes mal en preocuparse, prosigamos.”
Siempre
está presente el recuerdo de Rose, su amor perdido, una compañera
del conservatorio en la que todavía piensa treinta años después. Rose es un
recuerdo y un ejercicio, casi un ritual. Sueña con ella como
compensación de la pobreza afectiva en su vida adulta.
Podemos
hallar piezas sueltas del mito de Orfeo. Hay tres componentes del
relato relacionados con Orfeo: la música, un amor perdido y el
infierno. Max es un Orfeo muy particular, más burlesco que heroico,
más digno de lástima que de admiración. Tiene una alta aptitud
técnica pero es un inepto en todo lo demás.
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