"Las cerezas", un cuento único
LAS
CEREZAS. THE CHERRIES
o
el
intento de descodificar un cuento.

2. El traductor.
Javier Marías selecciona y
traduce una serie de cuentos en la antología titulada Cuentos
únicos,
donde reúne a una serie de autores ingleses del periodo
entreguerras. Entre ellos, “Las cerezas”, cuyo lenguaje se queda
pegado a la mente.
3. El cuento
Yo vivía en la habitación más pequeña, arriba del todo, justo al
final de la escalera. En la puerta había una manzana blanca que yo
tenía que coger y hacer girar con la mano antes de poder meterme
dentro. En las paredes había racimos de cerezas: del techo al suelo.
En verano me daban sed. Una vez intenté coger algunas del dibujo
para comérmelas, pero aquello no salió muy bien. El yeso y la cal
tenían un sabor muy ácido. Después, claro, me reí al pensar en mi
tontería; pero me escocía mucho la lengua. Aquello duró mucho
tiempo: pero, claro, estuve allí mucho tiempo.
Me acuerdo de las calles: muy largas y llenas de piedras que
encajaban unas con otras en una superficie lisa. Parecían agua
negra. Las farolas me mojaban al pasar con su agua amarilla. Aquello
era de verdad. Tenía que cambiarme de ropa a menudo, y pasaba mucho
frío. Mi pijama estaba seco, tenía una raya roja y otra azul. Me
encantaba. A veces permanecía despierto frotándome el pecho contra
él y haciendo presión con los brazos para intentar que me hiciera
cosquillas. Me gustaba la raya roja mucho más que la azul, pero
nunca lo saqué ala calle, por miedo a las farolas. ¡Oh! Era
demasiado listo para salir y que se mojara.
Por la noche solía caminar muy lentamente, y notaba mi abrigo
arrastrándose sobre mis hombros. A veces aquello me parecía también
gracioso, y reía con fuerza; pero nunca fui capaz de reírme del
ruido que hacían mis pies en las calles. Eran sobrios y mortecinos,
y, según avanzaban y avanzaban, asestaban a las piedras golpes
sonoros como bofetadas. El ruido me traía a la memoria cosas
solemnes. No se puede reír con fuerza en una iglesia, ¿verdad? Así
que solía mirarlos, viéndolos avanzar y avanzar por debajo de mí,
como si en realidad no me pertenecieran. Era tan silencioso como un
ratoncillo.
Había
muchísima gente en la casa en la que vivía, y todos tenían llave.
Ella me dio una llave también a mí, y yo disfrutaba metiéndola en
la cerradura. La puerta era preciosa. Tenía un letrero con cifras:
así: 33. A veces sabía que era simplemente treinta y tres, pero
otras me parecía que era un signo, no un número. Una vez, por la
noche, lo miré fijamente hasta que me pareció un rostro. Lo escribí
en la pared de mi habitación, pero ella vino por la mañana y se
enfadó mucho. Tenía una voz herrumbrosa. Me dejó preocupado. Dijo
que no debía lamer el papel pintado, aunque tuviera sed. Me dio
miedo. Parecía furiosa. Yo intentaba no encontrarme con ella en el
rellano, donde la ventana de cristal hacía que la cara se le viera
verde.
Salía, la mayoría de las veces para ir a una casita con luces y
mesas; siempre de noche. Allí era feliz. Tenía muchísimas cosas
ricas de comer. Mis manos se sosegaban tocando cosas, o agitándose
entre sí.
Fue aquí donde la vi por primera vez.
Estaba sentada con el hombre llamado Boris, cuya voz era un mecanismo
de relojería, como su rostro. No reía, jamás. Al verla empecé a
temblar, y sentí frío en la parte interior de los muslos. Ella
sonrió y desvió la mirada. Estaba sentada con el hombre llamado
Boris. Desvió la mirada.
Entonces fui a su mesa, llevándole a ella unas flores de un jarrón,
ella se puso muy contenta, mirándome con los ojos muy abiertos. Pero
el hombre llamado Boris me puso la mano en el brazo y habló con sus
dedos. Yo dije:
-Si la música fuera el sustento del amor. -Muy alto, una y otra
vez-: Si la música fuera el sustento del amor.
Pero cuando ella volvió la cabeza mis manos se quedaron inquietas.
Me tomé la comida, pero estuve listo. Los vigilé. Cuando se
levantaron yo también me levanté y los seguí. Caminé muy despacio
detrás de ellos durante un rato. No tenía nada que darle a ella,
así que me arranqué la uña y corrí hacia el hombre llamado Boris.
-Dásela -dije-. Hazle un regalo.
Sus ojos jugaron al escondite en su barba, lo cual me hizo gracia.
Así que me reí, sólo un poco, mientras me chupaba la mano. Ella
abrió la boca para dejarme verlos dientecillos que tenía dentro.
Después de eso me alejé muy rápidamente.
Aquella noche vi el rostro de ella. Lo dibujé en la pared encima de
la cama. Así: 33. Era muy bonito, y sentí un dolor en el costado.
Me impidió seguir durmiendo, así que leí un libro que decía, en
lo alto de la página:
Y haré de mi amor un cuchillo afilado,
para volverlo contra mí, para buscar en mi cuerpo
la vena que duele,
que me duele siempre con la sensación de ella.
para volverlo contra mí, para buscar en mi cuerpo
la vena que duele,
que me duele siempre con la sensación de ella.
Al día siguiente volví allí, entre las luces. Corrí velozmente,
con el abrigo bailando a mi alrededor. Me sentía feliz. Mis zapatos
eran amarillos y ruidosos.
Pero ella no estaba allí. Esperé y esperé, pero no apareció. El
hombre llamado Boris no apareció. Temblaba cada vez que me acordaba
de su boca abierta con los dientecillos dentro, y me dolía el
costado izquierdo. Me dolía. Pero ella no apareció. Y de nuevo
aquella noche no pude dormir. La vi en la pared.
Después de eso pasé muchos días esperando, pero ella no apareció.
Seguía teniendo el dolor, abajo en el costado izquierdo, y seguía
sin poder dormir mucho. A veces cantaba canciones durante la noche,
como ido, pero el hombre del otro lado del rellano dijo que yo sonaba
como un perro o algo así. No le hablé del dolor.
Dije, fingiendo:
-Debe de ser la ventana, que chirría. -Claro que sólo estaba fingiendo-. Es una bisagra -dije.
-Debe de ser la ventana, que chirría. -Claro que sólo estaba fingiendo-. Es una bisagra -dije.
Creo que me creyó, porque se dio media vuelta y se fue.
¡Cuánto tiempo esperé! ¡Cuánto tiempo fue! Aquello siguió y
siguió y siguió, no sé durante cuánto tiempo; pero yo la esperaba
siempre. Ni ella ni el hombre llamado Boris aparecieron. La noche se
convirtió en un tiempo muy largo. Una noche volví a leer el libro:
Y haré de mi amor un cuchillo afilado,
para volverlo contra mí, para buscar en mi cuerpo
la vena que duele,
que me duele siempre con la sensación de ella.
para volverlo contra mí, para buscar en mi cuerpo
la vena que duele,
que me duele siempre con la sensación de ella.
Claro que parecía muy solemne. Bebí mi llanto según salía de mis
ojos. Luego me quité la ropa y me quedé de pie ante el espejo. Se
me veía flaco, pero había parado de llorar. Puse la mano en el
costado izquierdo, sobre el dolor, para así no errar el punto
exacto. Podía verlas cerezas tras mi reflejo en el espejo. La navaja
emitió un susurro, como si estuviera cortando seda. Luego me senté
en la cama porque me sentía un poquito cansado. También me sentía
un poco abierto en cierto modo. Pero aún podía verme en el espejo,
con las cerezas tras mi reflejo. Tenía sed, pero sabía que no debía
lamerlas.
Tuve mucho cuidado. Noté las manos un poco resbaladizas, pero no me
importó. Todo parecía alejarse un poco de mí. Levanté la vista,
pero no había venas; sólo tubos rojos» rizados. Miré
cuidadosamente.
Entonces entraron todos desde fuera, haciendo ruido, y se quedaron de
pie en la puerta. Noté lo grandes que tenían los ojos. Daban gritos
y agitaban las manos muy rápidamente. Empecé a tener mucho hipo.
Dije:
-No he lamido las cerezas otra vez. Por favor, no he lamido las cerezas…
-No he lamido las cerezas otra vez. Por favor, no he lamido las cerezas…
No parecían entenderme, y tuve miedo, así que me tapé la cara con
las manos. Hubo un ruido en el rellano, y todo pareció alejarse.
Miré una vez por entre los dedos. Las cerezas seguían allí.
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El comentario
La impresión primera del lector puede
resultar confusa. Le parece quizá un cuento sencillo, con un
protagonista narrador infantil, por el ritmo sincopado de las
oraciones, por la aparente ingenuidad de sus acciones. El yo narrador
se nos muestra indefenso, cándido. Lleva a cabo acciones pueriles
(lamer la pared, cantar en el rellano, salvar su pijama favorito de
la lluvia,…) y además se siente recriminado por una “voz
herrumbrosa” que le entregó la llave de la casa. Mientras
avanzamos en la lectura, la incertidumbre y el desasosiego asaltan al
lector. Las acciones dejan de ser (o al menos no lo son únicamente),
pueriles para pasar a ser cuando menos inquietantes: “me arranqué
una uña”, “la navaja emitió un susurro, como si estuviera
cortando seda”.
Sí aparecen en esta primera impresión
algunas evidencias: la abundancia de reiteraciones a priori sin
sentido, sin una lógica interna, desde estructuras oracionales
(adversativas con “pero”), oraciones “desvió la mirada”,
sintagmas “mucho tiempo”, “una vez”, locuciones “a veces”,
“cuánto tiempo”, palabras “claro”, “parecía”,…
Se hace además muy visible un
predominio de las sensaciones. El protagonista ante todo, siente
(sed, insomnio, miedo, hambre, deseo, cansancio, amor, dolor). A lo
largo de todo el texto van apareciendo cuatro de los cinco sentidos
(no así el del olfato). Párrafo a párrafo podemos rastrear
elementos sensitivos, ejemplos de sabores, colores, texturas y
sonidos. Además es muy significativo el uso del cromatismo en el
texto, abundan los colores, desde el blanco de la manzana, el yeso,
la cal, los dientecillos, hasta el rojo de las cerezas (símbolo
quizá del amor inalcanzable), la raya preferida del pijama, las
venas o los tubos; pasando por el azul, el negro o el amarillo del
agua iluminada por la farolas y de los zapatos, o incluso el verde de
la cara del ella de voz herrumbrosa.
Todos estos aspectos más o menos
formales configuran un estilo extraño, cargado de incompatibilidades
semánticas o lógicas, incoherencias, con un tono de irrealidad, de
experiencia interior, del subconsciente o incluso de matices
oníricos. Así, los primeros ecos de una lectura naif, cargada de
ingenuidad, se han disipado del todo. En un segundo nivel de lectura,
podemos ver los elementos patrones, las líneas de una interpretación
más tamizada. Partimos de una intuición: la condición de
invisibilidad o al menos de inmaterialidad del yo narrador. Así,
recobran algo más de consistencia algunas frases como: “intenté
coger algunas (cerezas) del dibujo”, “haciendo presión con los
brazos para intentar que me hiciera cosquillas”, “notaba mi
abrigo arrastrándose sobre mis hombros”, “viéndolos avanzar (a
mis pies) por debajo de mí”, “con el abrigo bailando a mi
alrededor”, “(la navaja) como si estuviera cortando seda” y
hasta toma un sentido nuevo la acción de arrancarse una uña para
llamar la atención de su amor, para hacerse visible. Aparece pues la
magia, lo fantástico, lo emocional para contar y tratar uno de los
temas más recurrentes de la literatura: el amor no correspondido,
melancólico, la sed de amar. Todo el texto expresa un deseo, un
anhelo de amar y ser amado. Y es entonces que cobran sentido algunos
símbolos como el dolor del costado izquierdo (corazón), el tema del
poema que lee tras la ausencia, la frase que la voz protagonista
repite:
“Si la música fuese el sustento del amor”,
que nos
remite al “If music be the food of love” de Shakespeare en Noche
de Reyes; y la presencia de elementos pares en el texto: 33, las
cerezas, que abren y cierran el cuento, las rayas del pijama, y todas
las repeticiones de las que hablábamos al principio.
En conclusión, estamos ante un texto
sorprendente, extraño, raro, desconcertante, de imágenes sugerentes
que consigue atrapar al lector y ponerlo al lado del yo narrador por
su fragilidad. Al final y al principio, las cerezas son testigo de su
anhelo incesante de amor. No es el tema lo que hace al texto
significativo, sino la técnica, la construcción.
Lo que hace moderno a un texto no es
el tema sino que sea equívoco.
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