"La montaña mágica". Literatura, enfermedad y tiempo secuestrado
9 de octubre de 2025
Por
un lado, es histórica, ya que intenta esbozar la imagen interior de una época,
la Europa de antes de la guerra; pero, por otro lado, su objeto es el tiempo
puro en sí mismo, que trata no solo como la experiencia de su héroe, sino
también en y a través de sí mismo. El libro es en sí mismo aquello de lo que
habla; pues al describir el encantamiento hermético de su joven protagonista en
lo atemporal, aspira por sí mismo, a través de sus medios artísticos, a la
suspensión del tiempo [...]
Th.Mann. “On Myself” (1940) en: Selbstkommentare: Der Zauberberg. Frankfurt: Fischer, 1995.
Sentirse
transportado a regiones donde no había respirado jamás y donde, como ya sabía,
reinaban condiciones de vida absolutamente inusuales, peculiarmente sobrias y
frugales, comenzó a agitarle, produciendo en él cierta inquietud. La patria y
el orden habían quedado no sólo muy lejos, sino que básicamente se encontraban
a muchas toesas debajo de él, y el ascenso continuaba, agrandando el abismo
cada vez más. En el aire, entre esas cosas y lo desconocido se preguntaba qué
sería de él allá arriba.
(La Montaña mágica,Traducción de Isabel García Adánez, Barcelona, Edhasa, 2005 pg.11)
“En
la montaña reina esta noche la magia del desvarío /y si algún fuego fatuo se
brinda a mostraros el camino /más vale que no confiéis demasiado en él...”
(2005: 417). Advierte también, como Mefisto a Fausto, del peligro que supone
Lilith, en este caso, Clawdia Chauchat (2005: 421)
Del amor
como un sueño singularmente profundo, pues es preciso dormir profundamente para soñar de ese modo... Quiero decir: es un sueño bien conocido, soñado siempre, eterno, largo; si, estar sentado cerca de ti, como ahora, eso es la eternidad.
Te amo- balbuceó – te he amado desde siempre, porque eres el Tú de mi vida, mi sueño, mi suerte, mi apetencia, mi eterno deseo…(2005 : 439).
Oh, el amor, ¿sabes...? El cuerpo, el amor, la muerte, esas tres cosas no hacen más que una. Pues el cuerpo es la enfermedad y la voluptuosidad, y es el que hace la muerte; si, son carnales ambos, el amor y la muerte, ¡y ese es su terror y su enorme sortilegio!
Del tiempo
Es evidente que el tiempo, que es el elemento de la narración, también puede convertirse en su objeto; y aunque sería exagerado decir que se puede «narrar el tiempo», querer narrar el tiempo no es, evidentemente, una empresa tan absurda como nos parecía al principio, de modo que el nombre de «novela del tiempo» podría adquirir un doble sentido realmente onírico. De hecho, solo hemos planteado la cuestión de si se puede narrar el tiempo para admitir que, con la historia en curso, realmente tenemos la intención de hacerlo.
-¡Oh, el tiempo! –exclamó Joachim y movió la cabeza de arriba abajo varias veces, sin preocuparse de la sincera indignación de su primo-. No puedes ni imaginar cómo abusan aquí del tiempo de los hombres. Tres meses son para ellos como un día. Ya lo verás. Ya te darás cuenta. –Y añadió-: Aquí le cambia a uno el concepto de las cosas. (2005:14)
Todo cuanto veía era siniestro, maligno; y sabía muy bien lo que veía: era la vida sin tiempo, la vida sin preocupaciones y sin esperanzas, la vida como una especie de frívolo ajetreo sin rumbo, estancado… la vida muerta.” (2005:816)
De la muerte
Quiero conservar en mi corazón la fidelidad a la muerte, pero quiero acordarme bien de que la fidelidad a la muerte y al pasado no es más que maldad, oscura lascivia y rechazo de lo humano cuando determina nuestro pensamiento y nuestra conducta. En nombre de la bondad y del amor el hombre no debe dejar que la muerte reine sobre sus pensamientos. Y pensando esto, yo, Hans Castorp, el hijo mimado de la vida, me despierto… (2005: 641)
Las
aventuras del cuerpo y del espíritu que te elevaron por encima de tu naturaleza
simple permitieron que tu espíritu sobreviviese lo que no habrá de sobrevivir
tu cuerpo. Hubo momentos en que la muerte y el desenfreno del cuerpo, entre
presentimientos y reflexiones, hicieron brotar en ti un sueño de amor. ¿Será
posible que, de esta bacanal de la muerte, que también de esta abominable
fiebre sin medida que incendia el cielo lluvioso del crepúsculo, surja alguna
vez el amor? (2005: 930).

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