Miércoles, 3 de diciembre
2014. “¡Qué sublimidad!”
Desde el Mirador del CCCB,
la ciudad nos envuelve ya nocturna, y es que hoy nos acoge una sala con paredes
de color burdeos, suelo de tarima anaranjado y una disposición del público a
modo de platea ante la franja acristalada que rodea todo el espacio. Me siento
en primera fila, aunque en uno de los extremos, porque sé que me perderé en
estas nubes de azoteas. Pero eso no es todo, lo sublime se presenta doblemente:
alguien me pregunta si está libre la silla de mi derecha, levanto la vista y
ahí está el chico de la camiseta con su pequeña libreta y una gran sonrisa. A
veces la ocasión o la fortuna, la Tiké griega, se presenta sin avisar.
Andreu Jaume llega cargado con
maletín de piel y con abrigo holgado. Parece cansado y su voz impulsa un
carraspeo que el micrófono amplifica de repente.
— ¡Qué
sublimidad! Hoy nos han elevado junto con la lírica.
Se hace el silencio y el
eco de la sala lo recoge. La violación de
Lucrecia es el segundo poema narrativo de Shakespeare (el anterior, Venus y Adonis, indaga la cuestión
amorosa del canon petrarquista). Aquí
Shakespeare explora, ante todo, la brutalidad del deseo, la destrucción
de la que es capaz. Está basado en un texto clásico, los Fasti, de Ovidio, que narran un episodio de la historia de Roma.
Los caudillos Tarquino y Colatino hablan y rivalizan sobre la fidelidad de sus
esposas. De vuelta a casa, el primero sorprende a su mujer en celebración,
mientras que Colatino encuentra a Lucrecia, su bella esposa, hilando castamente. Tarquino se enamora de
Lucrecia, decide dar rienda suelta a su deseo y la viola. Ella avisa a su padre
y a su marido, les pide venganza y se suicida.
Pero Shakespeare no se
queda con el simplismo de la trama original sino que amplia y adensa la
historia a través de la duda y la complejidad de la condición humana. Los
personajes entran en conflicto consigo mismos, están dotados de conciencia y
dudan de sus propósitos. Tras la violación, Tarquino describe el asco que
siente de sí mismo, algo impensable en Ovidio.
De nuevo el silencio, y de
pronto, la voz actoral de Andreu Jaume lee (interpreta) una escena descriptiva.
Y lo hace en inglés y yo me elevo y me detengo a mirar la luna, que quiere
mostrarse sobre una torre de Ciutat vella.
Silencios intermitentes. Lucrecia decide al fin poner fin a su vida y
pronuncia:
“En
cuanto a mí, de mi hado soy la dueña” / “For me, I am the mistress of my fate”
Este verso cifra la
modernidad de Shakespeare. Logra crear una nueva luz sobre el sufrimiento
humano. Los personajes, como los seres humanos, están hechos de conciencia e
incertidumbre.
Muchas gracias.
Aplausos.
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