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BCN y la literatura

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Cómo nos gustan estos encuentros con escritores para charlar un rato sobre literatura. Las tardes de otoño en la ciudad invitan a la conversación tranquila, y si tienen lugar en una librería (Casa del Llibre, Rambla de Catalunya, 37), pues mejor, y si además no se trata de vender un libro, ya parece increíble, pero es que; ni tan solo tenías que pagar por asistir y esto sí que es genial. El evento se anunció con el formato de mesa redonda, organizada por la Asociación Colegial de Escritores de Cataluña, con el tema: “La literatura ante la transformación de Barcelona” y contó con la participación de los escritores: Marina Espasa, Eduardo Mendoza, Ignacio Martínez de Pisón y Carlos Zanón. El moderador fue Álvaro Colomer.  La primera cuestión sobre la que se trató fue cómo está reflejando la literatura la transformación de Barcelona. Y es que si todo cambia, si la vida ha cambiado, más ha cambiado esta ciudad. Eduardo Mendoza, irónico y mordaz, apuntó que cada uno recuerd

La ciudad contada

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Relatar una ciudad es más fácil si se trata de Barcelona, cuyos ecos literarios cuentan con una extensa tradición, pero lo es más todavía si se repasa la potencia literaria de una ciudad que, en manos de grandes escritores, ha sido mucho más que mero escenario de novela para convertirse en personaje mismo.  Y es que Barcelona se siente cómoda en el imaginario literario. La ficción ha reflejado Barcelona desde ángulos diferentes, dando lugar a múltiples versiones de la ciudad que conforman un mosaico (o mejor dicho, un trencadís ) de piezas irregulares que, sin embargo, acaban encajando a la perfección. Y forman una superficie reconocible, con personalidad propia.  Barcelona h a conseguido crear un espacio imaginario en el que devenir ficcionalmente algunos hechos del pasado más entrañable. Baste recordar los episodios del Quijote , donde la ciudad aparece en toda su plenitud. Y otras escenas de la tradición literaria como los eternos enfrentamientos de clase, las ba

Barcelona, 1939

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Eduardo, con nueve años, es el mayor de los tres, porque también estaba su hermana Marta, de cuatro, pero ella dormía todavía en el cuarto de la madre, en un colchón muy pequeño, junto a la cama. Pedro tiene seis, pero como es chico, siempre anda bajo el cuidado del hermano mayor. Cada mañana, los dos hacen todos los recados que mamá dispone: lavarse la cara y arreglar el cuarto, girar el calzón si se ha ensuciado, vestirse el pantalón corto con un tirante cruzado sobre la camisa raída o en la chaquetilla de calle, poner la leche en el jarro grande de la alacena. Pedro era el primero en bajar a la calle, doblaba a la derecha y corría empiedres arriba para llegar antes y así guardar la cola del suministro. Él ocupaba su turno en la fila, aunque a veces lo apartaban de un manotazo. Volvía a colocarse unos puestos más atrás y comprimía los puños por detrás de la espalda con toda la rabia contenida en el apretar de dientes. Una y otra vez volvía su cabeza para ver si su hermano,

Diálogo con Gil de Biedma,

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 Jaime Gil de Biedma,  “Barcelona ja no és bona, o mi paseo solitario en primavera”. En los meses de aquella primavera pasaron por aquí seguramente más de una vez. Entonces, los dos eran muy jóvenes y tenían el Chrysler amarillo y negro. Los imagino al mediodía, por la avenida de los tilos, la capota del coche salpicada de sol, o quizá en Miramar, llegando a los jardines, mientras que sobre el fondo del puerto y la ciudad se mecen las sombrillas del restaurante al aire libre, y las conversaciones, y la música, fundiéndose al rumor de los neumáticos sobre la grava del paseo. ... ___________________________________________________________________________ "Si la bossa ja no sona,  o mi paseo solitario por Barcelona" Era mil novecientos, me parece,                                                                                                                sesenta y dos (creo recordar).                                           

Ramblas de Barcelona, 1952

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El señor marqués me ofreció el puesto de patrón.  Mi interés por la vida en el mar crecía y crecía. Durante el mes a bordo seguía estudiando y cada vez me apasionaba más el mar.  Continué mis estudios ocho horas diarias incluso los domingos, cuando todos los marinos se iban a divertir por las calles del barrio chino, al Panams o al club de billares Monforte . Recuerdo un domingo que ya cansado de estudiar, me fui de paseo con los amigos de mi padre. Era divertido subir o colgarnos del  33, el tranvía que salía de la Barceloneta y nos llevaba hasta las mismas Ramblas, siempre iba cargado de gente a rebosar. Primero se tomaban unas copas en los billares con un par de partidas y luego, justo enfrente, se plantaban en los portales donde unas prostitutas muy arregladas hacían repicar sus tacones sobre el mármol de la entrada al paso de los mozos. A mí ya entonces todos me llamaban el Santito , porque nunca bebía alcohol ni fumaba pitillos ni puros ni nada; aunque las chicas sí qu