La sonrisa de Burt Lancaster y otros cuentos de Sam Shepard




El poder del detalle

Sam Shepard 
Motel Chronicles, 1982
Crónicas de motel
Trad. de Enrique Murillo
Editorial Anagrama 1993


Crónicas de motel es un librito muy breve, de apenas unas 140 páginas, que se ha convertido en libro de culto, de esos que puedes abrirlo por alguna página al azar y te atrapa al instante. Guarda una sucesión de fragmentos autobiográficos, relatos breves, poemas, prosa breve y rápida; a modo de boceto, de captación de instantes. Instantes de vida, momentos mínimos capaces de transmitir emoción. Seduce por su capacidad de evocación, de sugerencia, mantenida en el tiempo y rozando los significados universales que nos atañen a todos.
Carretera, coches, moteles, películas, canciones, personajes apenas pincelados; pero también infancia, paso entre la infancia y la pubertad, soledad, admiración, extrañeza. El paisaje se hace interior. Los recuerdos se encadenan en cápsulas de tiempo fraccionado, a modo de fotogramas dispuestos al azar sobre la memoria.
Sam Shepard (1943-2017) rastrea entre la memoria y los recuerdos, a veces  cargados de nostalgia. El narrador decide aquello que quiere rescatar de la memoria y lo plasma, elaborado, le da forma y construye una escena a modo de estampa poética. La atmósfera se construye con evocaciones, percepciones, con las referencias a los sentidos: hielo, frío, calor, sudor: “El cristal estaba helado al tacto”, “se secaba el sudor en el muslo”, “abrigado bajo una manta parda del ejército”.

Nos detenemos en tres cuentos muy breves de Crónicas de motel. Se trata de cuentos elaborados a partir de recuerdos que perfilan tres momentos relacionados con la figura de la madre, la del padre y la de uno mismo en la primera adolescencia, pero narrados desde la conciencia adulta.
  • El primero de los textos es el cuento que abre el libro. Es un recuerdo de infancia relacionado con la madre. Se trata de una escena, elaborada a partir de un recuerdo narrado muchos años después, desde la edad adulta.
En Rapid City, South Dakota, mi madre me daba cubitos de hielo envueltos en servilletas para que los chupase. Estaban saliéndome los dientes y el hielo me insensibilizaba las encías.Aquella noche atravesamos los Badlands. Yo viajaba en la bandeja que hay detrás del asiento trasero del Plymouth, mirando las estrellas. El cristal estaba helado al tacto.Nos detuvimos en la pradera, en un lugar donde había un círculo de enormes dinosaurios de yeso blanco. No era un pueblo. Simplemente los dinosaurios iluminados desde el suelo por unos focos.Mi madre me llevó a dar una vuelta abrigado bajo una manta parda del ejército. Tarareaba una canción lenta. Creo que era “Peg a ́My Heart”. La tarareaba bajito, para sí misma. Como si sus pensamientos estuvieran muy lejos de allí.Serpenteamos lentamente por entre los dinosaurios. Por entre sus patas. Bajo sus tripas. Describimos círculos en torno al Brontosauro. Miramos desde abajo los dientes del Tyranosaurus Rex. Todos tenían unas lucecitas azules a modo de ojos.No había nadie. Sólo nosotros y los dinosaurios.”

    El niño que narra la memoria en la historia es tan pequeño que no podría recordar que tal cosa haya ocurrido; le están saliendo los dientes en el breve cuento que abre el libro. Es decir, que esta escena, de existir, debe tratarse de un recuerdo rescatado posteriormente. O, incluso, modificado. Todo el campo de significado se construye sobre la dentición: dientes, encías, cubitos, hielo, yeso blanco. Aparecen las referencias sensoriales, casi todas en apenas unas líneas: el tacto, la vista, el oído, el gusto.

  • El segundo texto es el cuento sobre la sonrisa de Burt Lancaster, aquí describe el recuerdo de un proceso y muestra el conflicto y deseo de cambio en la adolescencia. 


Recuerdo cuando intentaba imitar la sonrisa de Burt Lancaster después de haberle visto con Gary Cooper en “Veracruz”. Durante muchos días estuve practicando en el patio de atrás. Serpenteando entre las tomateras. Riéndome con todos los dientes al desnudo. Riéndome de esa risa. Alzando el labio superior para descubrir los dientes. Después de practicar esa sonrisa durante unos cuantos días intenté utilizarla ante las chicas de la escuela. Ellas no parecían ni enterarse. Forcé mi imitación hasta que empezaron a producirse extrañas reacciones entre mis compañeros. Miraban fijamente mis dientes, y asomaba a sus ojos una expresión asustada. Ya no me acordaba de lo feos que eran mis dientes. De que uno de ellos lo tenía podrido, de color pardo, y montado encima del diente roto que estaba junto a él. De hecho, había llegado a estar convencido de que poseía una hilera de perfectos y perlados dientes, como los de Burt Lancaster. Como no quería asustar a nadie, dejé de reírme en cuanto me di cuenta de lo que pasaba. Sólo lo hacía cuando estaba a solas.Después dejé de hacerlo incluso a solas. Volví a mi cara vacía.”

  El personaje se mueve para conseguir algo, en este caso se trata de la sonrisa de Burt Lancaster. Y sus decisiones inciden sobre la historia y determinan la trama. En esta escena, que es un cuento completo, se ve muy bien la estructura clásica y los puntos de giro. Está contando prácticamente en pinceladas, dando los mínimos datos necesarios. Por ejemplo: sabemos que es un niño, o lo suponemos, por lo que hace, y también porque menciona la escuela como a medio camino del cuento.
El planteamiento es que el narrador, en la pubertad, quiere aprender a imitar la sonrisa de Burt Lancaster. Es consciente de que sus dientes no son los de Burt Lancaster, y el efecto que produce es el contrario al que pretende. El primer punto de giro viene dado cuando el protagonista entra en acción y las compañeras del colegio no parecen enterarse, es decir, no reaccionan como esperaba el protagonista. Es decir: las cosas no le salen como estaba previsto. Esto es un obstáculo: las cosas a los personales no les salen bien nunca a la primera (si no, no tendríamos historia).
El narrador fuerza la sonrisa, hasta que asusta a los demás. Y en entonces cuando se da cuenta de que sus dientes son horribles. Toma conciencia y deja de sonreír en público para no asustar a la gente. Poco después también deja de haberlo a solas. Ahora que sabe que no tiene esos dientes, no practica la sonrisa ni siquiera consigo mismo. Ahí tenemos el cambio, el cambio que le produce ese choque con la realidad: volver a su cara vacía.

  • El tercero es el cuento escena que narra un gesto habitual del padre. Es un intento de comprender por parte del narrador. 
Cada vez que oía pasar un avión por encima de nuestras tierras, mi papá tenía la costumbre de pasarse los dedos por la cicatriz de metralla de su nuca. Estaba, por ejemplo, agachado en el huerto, reparando las tuberías de riego o el tractor, y si oía un avión se enderezaba lentamente, se quitaba su sombrero mejicano, se alisaba el pelo con la mano, se secaba el sudor en el muslo, sostenía el sombrero por encima de la frente para hacerse sombra, miraba con los ojos entrecerrados hacia el cielo, localizaba el avión guiñando un ojo, y empezaba a tocarse la nuca. Se quedaba así, mirando y tocando. Cada vez que oía un avión se buscaba la cicatriz. Le había quedado un diminuto fragmento de metal justo debajo mismo de la superficie de la piel. Lo que me desconcertaba era el carácter reflejo de este ademán de tocársela. Cada vez que oía un avión se le iba la mano a la cicatriz. Y no dejaba de tocarla hasta que estaba absolutamente seguro de haber identificado el avión. Los que más le gustaban eran los aviones a hélice y esto ocurría en los años cincuenta, de modo que ya quedaban muy pocos aviones a hélice. Si pasaba una escuadrilla de P-51 en formación, su éxtasis era tal que casi se subía hasta la copa de un aguacate. Cada identificación quedaba señalada por una emocionada entonación especial en su voz. Algunos aviones le habían fallado en mitad del combate, y pronunciaba su nombre como si les lanzara un salivazo. En cambio mencionaba los B-54 en tono sombrío, casi religioso. Generalmente sólo decía el nombre abreviado, una letra y un número:-B-54 -decía, y luego, satisfecho, bajaba lentamente la vista y volvía a su trabajo.A mí me parecía muy extraño que un hombre que amaba tanto el cielo pudiera amar también la tierra.”

    La anécdota queda expuesta en las tres primeras líneas el cuento: 
“Cada vez que oía pasar un avión por encima de nuestras tierras mi papá tenía la costumbre de pasarse los dedos por la cicatriz de metralla de su nuca.”
Es el gesto que llevaba a cabo el padre cada vez que pasaba un avión: deja su trabajo en la tierra, mira al cielo y se lleva la mano a la cicatriz de guerra que tiene en su nuca. Así, toda la historia está articulada sobre una escena de movimiento que va de la tierra al cielo y de vuelta a la tierra. Es un ciclo cerrado. Ángel Zapata, en su análisis, destaca los elementos simbólicos de esta acción que le confieren el rango de ritual: la acción de quitarse el sombrero como gesto reverencial, el estado de trance al reconocer una escuadrilla de P-51 con la palabra “éxtasis”, y las tonalidades de la voz del padre, ya emocionada o bien “en tono sombrío, casi religioso”, según el tipo de avión que mencionaba. También apunta a la cicatriz como marca del héroe, con su doble significado de prueba y de recordatorio del valor en el combate.
La selección de la información viene marcada por dos campos de significados (el principal y el de apoyo. Shepard va dosificando información subliminal en una sola escena.
  1. Campo semántico principal para señalar lo relevante: Tierra, oír, cielo, avión, tocar, cicatriz, emoción.

  2. Campos semánticos de refuerzo de lo relevante: 
    2.1. Referencias al campo: Tierras, huerto, tractor, tuberías de riego, trabajo.
    2.2. Referencias al calor: tuberías de riego, sudor, para hacer sombra, los ojos entrecerrados.
    2.3. Referencias a la lentitud del gesto: la repetición del adverbio “lentamente” y el uso de los gerundios: se enderezaba lentamente, se quitaba su sombrero mejicano, se secaba el sudor en el muslo, sostenía el sombrero por encima de la frente para hacerse sombra…, se quedaba así, mirando y tocando. (aspecto durativo de los gerundios que mantienen la acción en suspensión y la enlentecen. “Y luego, satisfecho, bajaba lentamente la vistay volvía a su trabajo.”
    2.4. Las oposiciones cielo/tierra, piloto/granjero (esta no explícita pero sí evocada o proyectada con palabras concretas) y las repeticiones (enumeración, paralelismos) cumplen la función de remarcar lo relevante.

3. Las repeticiones y los paralelismos enfatizan el sentido habitual de la acción cuando se da la circunstancia: “Cada vez que oía pasar un avión” , la consecuencia inmediata era ir a buscar la cicatriz de la nuca y tocarla.
El texto cuenta un gesto, una costumbre. Aparece un narrador testigo: el hijo ante el gesto del padre y su extrañeza ante esa costumbre habitual del padre, que parece un ritual.
De nuevo la edad del narrador es clave: en la infancia se percibe la realidad de una manera propia. Pero esta historia está contada desde un tiempo posterior. De ahí la elección del tiempo verbal “me parecía muy extraño” en pretérito imperfecto de indicativo. Indica acción pasada y tiene aspecto imperfectivo-durativo: la acción se presenta realizándose en el pasado, pero se prolonga en el tiempo, lo que le da un valor de permanencia y continuidad.
EnYo por dentro, 2017, el narrador vuelve a este recuerdo y apunta: “Lo que recuerdo de verdad es lo siguiente: el viejo que se hurga metódicamente en las costras de metralla de la nuca”, “..en mitad de una plantación de aguacates”.

Me interesaban los destinos personales. Escenas que dejaran entrever el perfil de una vida. La imagen de alguien haciendo algo que no estuviera cerrada del todo. Que sugiriese alguna forma de continuación. Una prolongación hacia adelante y hacia atrás, hacia el pasado y hacia el futuro. Porque sólo de ese modo, yo podía imaginar lo que faltaba y escribirlo después.
Sam Shepard sobre Crónicas de motel

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