Breve historia de un grito
Los
libros tienen sus propios hados. Los libros tienen su propio destino. Esto lo
escribió Augusto Monterroso. Y puedo asegurar que es verdad, que no es cosa de
esta pasión particular por la literatura que padezco y que me trae y me lleva
de la ficción a lo real.
Sirva la siguiente anécdota como
ejemplo de la vida propia de un libro que se empeñó en volver a las manos de
quien lo dedicó amorosamente allá por el año 1979. Se trata de un ejemplar de la
novela El grito, del narrador y poeta
valenciano Rafael Soler (1947). Fue la primera de sus cuatro novelas y ahora ha
sido reeditada por Servilibro. Yo compré por Internet el último ejemplar que
quedaba de la primera edición, de segunda mano y con dedicatoria del autor. Llegó a casa bastante deteriorado, descosido y despegado de la cubierta. Venía
de la Librería Maestro Gozalbo de Valencia y pareció claro que había tenido
otras vidas y que ahora estaba urdiendo en silencio un reencuentro.
Para Ana Tudela,
fidelísima -y paciente- lectora de mi obra.
Con el cariño de
Rafael Soler
10/.79
Sí, es verdad lo que piensas, que me identifiqué al momento con Ana Tudela, más por lo de paciente lectora que por otra cosa. Empecé a imaginarla, a inventarle una vida, a dotarla de forma. La dedicatoria desprendía mucha ternura. El superlativo que alarga como un elástico la forma culta del adjetivo “fiel”, el paciente enfatizado y la expresión tan cercana de “cariño”, sugieren una estrecha relación entre el autor y su lectora. ¿Quién sería Ana Tudela? ¿Cuál había sido su verdadera relación con Rafael Soler?
El grito narra la historia del fin de una relación de pareja a finales de los años setenta, en la que irrumpe el tedio como elemento de destrucción. Ejercicio de estilo y de lenguaje que delata la condición de poeta de Rafael Soler. A medida que leía, iba anotando algunos rasgos, como el uso del monólogo interior con un dominio absoluto de la técnica: el ritmo sincopado, el estilo libre indirecto, la perspectiva de la mente femenina. Anoté que la alternancia entre el diálogo a tiempo real con los pensamientos de los personajes conforma una muestra en paralelo de lo que realmente se siente y lo que se verbaliza. Del contraste el lector saca sus conclusiones. Momentos especialmente cargados de fuerza perturbadora: cuando describe la muerte del padre: “Padre no se suicidó…” o con imágenes que atrapan: “La ciudad es un perro que despierta”.
El
tema es el tedio en las relaciones y lo difícil de la convivencia. Cuando
acudimos al encuentro del autor, el mismo Rafael Soler nos apuntó los rasgos
autobiográficos que laten en la historia de desamor de la pareja de El grito. Apuntó el tedio y el agotamiento como causa del final de
la relación y el fantasma de que le ocurriera a él. Pero planea por toda la superficie de la novela además el
tema de la soledad más absoluta del ser humano y el miedo a tomar conciencia
de…, que es inherente a la condición humana por más que nos empeñemos en
formalizar y crear relaciones. ¿Qué pensó Ana Tudela al leer la novela? ¿Qué
apuntó?
En Madrid, el 5 de diciembre, un
grupo de amigos y lectores acudimos a la calle Serrano, número 2, sede del
Centro Riojano. Fuimos a charlar con Rafael Soler sobre su primera novela, pero la
tertulia dio para mucho más. Empezó con reflexiones acerca del deseo que mueve a
escribir. Dice Rafael Soler que después de leer a Cortázar o a Rulfo, que después
de muchas lecturas, uno deja de leer buena literatura para no caer en el
desánimo y pensar que todo ya está escrito. Se propuso salir a lograr una voz
propia. Se muestra cercano y sincero y nos cuenta “las tripas” de su inicio como escritor. Tras dejar de
leer, decide escribir, o mejor, decide que quiere ser escritor y elabora un
plan: “tengo el lenguaje, tengo la voz, solo necesito una historia”. Y tras
pasar una noche entera escribiendo cuarenta páginas de El grito, se dio cuenta que lo iba a conseguir.
Yo le mostré al fin mi ejemplar, o
mejor, el de Ana Tudela, y le pregunté. Quería saber, conocer e imaginar a la -paciente-
lectora- de El grito. Pero al ver y tocar
el libro, treinta y seis años después (casi media vida) y ante todo al leer su
dedicatoria, se conmovió y sonrió confortado. Algo debió de notar en aquellas letras
dormidas del nombre de Ana Tudela. Me contó que ya había fallecido, que fue una
amiga íntima a quien le daba a leer todos sus manuscritos porque valoraba mucho
su opinión. Primero declinó elegantemente firmarlo de nuevo ahora con palabras
dirigidas a mí. Y luego, al final de la velada, me ofreció un cambio. Ese
ejemplar había vuelto a sus manos y yo comprendí que no podía ser un obstáculo.
Me dedicó un nuevo ejemplar y sellamos el pacto con un abrazo.
en
recuerdo de una noche
intensa,
mágica, irrepetible.
Con
mi abrazo,
Rafael
Soler
Madrid,
Centro Riojano,
5
diciembre 2015
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ResponderEliminarY allí estábamos, casi sintiendo las mismas cosas, compañeras de la tarde y del grito, quedará para siempre en nuestra memoria
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