Un cuento de Onetti

«EL ÁLBUM»


UN CUENTO DE ONETTI



En los cuentos de Onetti los personajes suelen sentirse tristes, desencantados. La voz narrativa nos detalla sus emociones, sus deseos, sus pausas reflexivas y sin embargo, nos oculta deliberadamente las causas que han provocado ese estado de ánimo. Y es el sentir de los personajes lo que va a determinar el devenir de la trama.

En «El álbum» (1953) es el narrador protagonista quien ejerce de administrador del relato y demora conscientemente el desarrollo de la trama. Un domingo “húmedo y caluroso, en el principio del invierno”, aparece una mujer. El joven relator nos la presenta desde su posición inmóvil, apoyado en la puerta del diario. La ve de pronto y en movimiento de cámara, describe su avance hacia él.

«Ella venía del puerto o de la ciudad con la valija liviana de avión, envuelta en un abrigo de pieles que debía sofocarla, paso a paso contra las paredes brillosas, contra el cielo acuoso y amarillento, un poco rígida, desolada, como si me la fueran acercando el atardecer, el río, el vals resoplado en la plaza por la banda, las muchachas que giraban emparejadas alrededor de los árboles pelados.»

Resuenan los adjetivos rígida, desolada por su carga semántica. Conocemos más detalles de la misteriosa mujer de manera indirecta a través de su amigo Vázquez y aparecen más elementos de creación de atmósferas.

«Hace una semana que está en el hotel, el Plaza; vino sola, dicen que cargada de baúles. Pero toda la mañana y la tarde se las pasa con esa valijita ida y vuelta por el muelle, a toda hora, a las horas en que no llegan ni salen balsas ni lanchas.»

Esta misteriosa mujer aparece de pronto en medio de lo cotidiano, de una realidad supuestamente banal. Lo nuevo, lo que llega perturba de alguna manera el orden establecido. Y una vez presentada la mujer, el narrador desvela solo una parte de lo que sabe. O eso creemos los lectores en ese punto de la lectura.Es un rasgo del estilo de Onetti el dosificar los datos. De pronto se establece un juego de atmósferas, de creación de ambientes. Varias veces el protagonista se detiene y con él, se paraliza la acción. Es como si se tomara una pausa para la reflexión, y es desde su conciencia, como nos van llegando algunas claves. El joven protagonista se nos presenta como un escéptico, otro desencantado:

«Mientras me vestía, me acomodaba la boina y trataba de reorganizar rápidamente mi confianza en la imbecilidad del mundo, le perdoné el fracaso, estuve trabajando en un estilo de perdón que reflejara mi turbulenta experiencia, mi hastiada madurez.»

Cuando la trama ha avanzado hacia una escena en la que la mujer se sienta junto a él con una copa en la mano y entablan una conversación, resulta que ya se conocían. El relator nos ha ocultado gran parte del acontecer, el lector se siente perdido. Pero de pronto lo confiesa,  y vuelve atrás en el tiempo narrativo con el recurso del «prólogo».

«Pero todo esto es un prólogo, porque la verdadera historia sólo empezó una semana después».

Se trata de dosificar la resolución aunque para ello nos anticipe un hecho que aún no debía de ocurrir. Y todavía vuelve a utilizar esta técnica en otra de las etapas de la narración:  

«La verdadera historia empezó un anochecer helado, cuando oíamos llover y cada uno estaba inmóvil y encogido, olvidado del otro.»

La relación entre ellos se nos desvela entonces como misteriosa. El adolescente busca escuchar a mujer. Ella es quien guarda todas las experiencias, los viajes, la aventura. El amor es solo un deseo, «el hambre». La quiere como relatora de cuentos. «Escucharla era el vicio», confiesa el joven. Y hasta la identifica con la materia relatada: «Cada cuento era ella misma».

Se aplaza la resolución, la trama no se acaba de perfilar, avanza en varias entregas y es el narrador quien administra las dosis del acontecer. No queda resuelta hasta el final. Es como si pudiéramos leer el cuento al revés, en orden inverso. Solo al final conocemos que todo lo narrado era verdad. Las fotografías de los viajes relatados que aparecen en el álbum son el testimonio de que las experiencias narradas no eran el producto de la imaginación de la mujer. No eran literatura. Eran verdad. La realidad ha ganado la batalla a la ficción y esto frustra al joven protagonista. Es el desencanto. 
Es el estilo de Juan Carlos Onetti.


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