Diálogo con Gil de Biedma,



 Jaime Gil de Biedma, “Barcelona ja no és bona, o mi paseo solitario en primavera”.

En los meses de aquella primavera
pasaron por aquí seguramente
más de una vez.
Entonces, los dos eran muy jóvenes
y tenían el Chrysler amarillo y negro.
Los imagino al mediodía, por la avenida de los tilos,
la capota del coche salpicada de sol,
o quizá en Miramar, llegando a los jardines,
mientras que sobre el fondo del puerto y la ciudad
se mecen las sombrillas del restaurante al aire libre,
y las conversaciones, y la música,
fundiéndose al rumor de los neumáticos
sobre la grava del paseo.
...


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"Si la bossa ja no sona, o mi paseo solitario por Barcelona"

Era mil novecientos, me parece,                                                                                                              
 sesenta y dos (creo recordar).                                                                                                                          
 Era la última noche del año, sí.                                                                                                                          
 En una Nochevieja en blanco y negro                                                                                                   
pasaron por las Ramblas seguramente
más de una vez


Entonces, como los tuyos, los dos eran muy jóvenes
y Barcelona los presentó en una sala de baile.
Ella venía del Sur de tu poema, sin más instrucción
que bordar finas prendas de tocador.
Y él, hijo de murcianos,
vestía un futuro uniformado en la mirada.
Fueron de los que llegaron de un tiempo triste, amargo.
Ávidos de vida.
                                       Los miro
en un viejo retrato de aquel día:
en grupo, con anchos abrigos ellos
y sombreros de cotillón las señoritas.
Vienen Ramblas arriba, me parece
(o quizá las bajan). Cogidos del brazo
 beben un champán de anuncio:
− fino, ligero, estimulante − en copa abierta, eso sí.
Las parejas bailan por el bulevar
deshabitado de estatuas.
Brilla la música en sus caras.
La de ella ahora me mira cómplice,
con los ojos en estado de esperanza buena.
Yo ya estuve allí entonces,
mecida en deseos de ventura
y de aliento
por los años ávidos de vida nueva.
Eran los tiempos dulces del milagro económico.


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