CCCB Franz Kafka y El proceso

CCCB, El arte de la novela (5)

Martes, 1 de abril. Llego tarde aunque la luz resiste aún. Estrenamos horario de verano y la tarde se estira como si fuera elástica. Entro en la sala y tengo dificultades para encontrar un sitio libre. Me he topado con dos está-ocupado y he subido directa a “la montaña” (no la mágica, de momento). Me acuerdo de que los profesores, entre ellos Jordi Llovet, se referían así a la última fila del aula A-11 de la vieja facultad de Filología. Desde esta posición diviso una nueva foto del reverso del público. Vienen en grupo y socializan, reservan sillas vacías y miran el reloj.

Entra Marisa sonriente y va acallando el runrún de las voces. Se refiere a Kafka como uno de los autores siempre editados, siempre presentes, siempre interpretados. Resalta el contraste entre las simples estructuras sintácticas de sus obras con las complejas interpretaciones a las que induce. Lo presenta como un clásico de la modernidad e incluso de la posmodernidad. No tarda casi nada en pronunciar el adjetivo “raro”. De carácter tímido, modesto, con dificultad para el contacto social, lo describe como espectador lacónico del panorama literario.

Apunto en mis notas otros rasgos del escritor como si de un personaje literario se tratara. Oposición entre el mundo interior y el exterior, incompatibilidad entre la vida y el arte, entre pensar y escribir la vida con vivirla, el deseo de soledad, la extrañeza dolorosa ante los objetos, la escritura como refugio, las quejas profundas sobre su trabajo de oficinista, del que sin embargo solo le apartó la tuberculosis poco antes de morir.



El proceso, metáfora vigorosa de la condición humana, quedó inacabado. Se publicó de manera póstuma en 1925. Había dejado capítulos sueltos. Es un texto abierto, con posibilidad de variadas interpretaciones: la religiosa, con el tema de la culpa original; la existencial, con la historia del ser humano abandonado a su suerte; la psicoanalítica, con los órganos represores como alegoría del poder y la amenaza paterna.

Las primeras líneas de la novela encierran una trampa para el lector:

Alguien debió de haber calumniado a Josef K., puesto que, sin haber hecho nada malo, fueron a arrestarlo una mañana.

En efecto se trata de una detención, pero se le permite hacer vida normal y asistir al trabajo. El proceso dura un año y, pasado este tiempo, K. es ejecutado dudando ya de su inocencia. Un mecanismo inextricable rige todo el desarrollo del proceso.

Uno de los personajes me atrae especialmente, Titorelli, el pintor que se ofrece a ayudar a K por sus contactos con los jueces. Es una metáfora del artista que siempre pinta el mismo cuadro (ampliable al escritor que escribe siempre el mismo libro). Vive en una de las buhardillas insalubres conectada a uno de los pasillos de la casa de justicia y apunta inexorable que “el tribunal es todo lo que existe”.

Marisa Siguán termina su lección con un paralelismo entre el intento fallido de K. por encontrar el sentido del proceso con la búsqueda del hombre moderno por hallar el sentido de la vida.



Aplausos.

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