Intemperie. Jesús Carrasco




Intemperie
Jesús Carrasco
Barcelona, 2013
Editorial Seix Barral.
Colección Biblioteca Breve
ISNB: 978-84-322-1472-1

 

Apuntes sobre una lectura.
Del arte de evocar
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Constituye, sin duda, una sorpresa la coincidencia de muchas y variadas referencias literarias que ofrece esta novela. Es como un milagro obrado en un panorama editorial  que intenta sortear la situación de crisis con las leyes del mercado y expertos en diseños de campañas.

El pasado otoño asistí a una entrevista pública  entre Luis Goytisolo y el crítico literario Ignacio Echevarría. Recuerdo ahora que anoté la distinción que hizo el primero entre estilo y tono. Se refirió al tono como aquello que despierta la emoción del lector, algo que tiene que ver con un runrún que te cuenta la historia, o al menos yo lo expresaría así. Pues bien, la lectura de Intemperie permite al lector un reencuentro con la literatura y más allá del estilo, con la emoción. Hoy Jesús Carrasco confiesa en otra entrevista que para él, el mejor estilo es el que no existe, y aspira a que el autor se diluya en la propia obra y desaparezca toda marca de ropaje estilístico. No estoy de acuerdo. Su uso magistral del lenguaje lo delata. El tono es desgarrado, parco, crudo, escatológico en ocasiones,  se le ha adscrito por ello al tremendismo de Cela; pero en ningún caso es aséptico o desnudo.

Novela artesanal, con una trama en apariencia sencilla pero que permite al autor desplegar un alarde de oficio en el arte de narrar. A partir de una situación inicial in media res: un niño espera agazapado  y muerto de miedo en un agujero a que sus perseguidores se alejen. Un niño indefenso en el centro de una infinita meseta árida, rodeado de tierra seca.

Este marco espacial no tiene nombre ni referencias; es un escenario expuesto a las inclemencias meteorológicas, al raso; o mejor, a la intemperie. El título de la novela es sin duda revelador, categórico. Traslada al lector al universo de Comala como paraje yermo y agotado y al apellido “Páramo” de la obra de Juan Rulfo. Por el contrario, es en las descripciones del paisaje donde aparecen los trazos más líricos;  al modo de Delibes, a quien el propio autor señala como influencia, la aridez del entorno se torna belleza.
 
Por si no fueran suficientes los referentes de la tradición literaria en cuanto al fondo, podemos señalar además otros tantos en la forma. Así, el sueño evocador de la página 144 es un sueño premonitorio o de anticipación. La descripción de los sueños del niño revelan una amenaza inconsciente: el perseguidor siempre a su espalda, el aliento en la nuca, el miedo atroz del niño.

Carrasco utiliza también la técnica narrativa de contar en condicional compuesto (pág. 185):

“Únicamente habría necesitado un par de minutos de lucidez para recordar las huellas de los caballos separándose junto a la alberca en la que él abandonó al tullido”.
 

Esto permite que el lector sepa más que el protagonista. El niño no ha advertido las señales de peligro mientras que el lector ya tiene la certeza de la gravedad de lo que va a acontecer.

Carrasco construye una metáfora sobre la miseria y la pobreza de los indefensos, sobre la desprotección, la falta de refugio y de amparo. Todo tiene que ver con la escasez y la sequía e impera la ley de la supervivencia. Pero a su vez, la aridez del terreno simboliza la situación de violencia y el abuso que amenaza al niño. La sequía ha sido la causa de que las aldeas cercanas se deshabiten. Aparece al respecto una única referencia temporal puesta en boca del personaje del tullido: “De eso hace ya un año”. En claro contraste con esta situación, la lluvia de la última escena de la novela tiene un efecto liberador, la amenaza ha pasado y el protagonista siente “como Dios aflojaba por un rato las tuercas de su tormento”.

Los personajes también carecen de nombre: el niño, el cabrero, el alguacil, su ayudante, el Colorao, el tullido. Parecen arquetipos, seres desprovistos de individualidad pero dotados los dos personajes principales, de rasgos heroicos en ocasiones. Los antagonistas son aquí la encarnación de la más baja condición humana. También es heroico el tratamiento de la huida del niño, que supone el inicio de su viaje iniciático, de aprendizaje. Se trata además de una novela de itinerario, con rasgos quijotescos,  con la clásica trama de episodios o aventuras en el sentido de la propia Odisea. El episodio del tullido ofrece al niño la categoría de guerrero, de crecimiento en la adversidad, se siente convertido en hombre. Pero el cabrero le recrimina su “hazaña”. Está latente por todo el relato el componente religioso y el sentido de la justicia.

 

El miedo en cambio hace tantear al niño varias opciones antes de decidir un nuevo paso; así, se muestra reflexivo en medio de la atrocidad y la violencia, sopesa todas las opciones posibles antes de decidir y siente además remordimientos religiosos. Estamos frente a un héroe capaz de discernir. Ambos personajes son conscientes de la responsabilidad respecto del otro, se establece entre ellos un nexo nítido, de respeto mutuo. Y el triunfo, al final, es el de la dignidad humana sobre la violencia y la maldad. Este va a ser el legado del pastor, con más peso si cabe, que la venganza o la justicia.

 

 

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